Tiene que hablar en público, pero le tiemblan las rodillas incluso antes de subir al estrado. Quiere
ampliar su red de contactos, pero preferiría clavarse un cuchillo antes que conversar con
desconocidos. Intervenir en las reuniones mejoraría su reputación en el trabajo, pero teme decir algo
equivocado. Situaciones como estas –importantes en lo profesional, pero aterradoras en lo personal–
ocurren por desgracia de forma constante. Frente a ellas, una respuesta fácil es evitarlas. ¿Quién
querría sentir ansiedad si no tiene obligación?
El problema, por supuesto, es que estas tareas no solo son desagradables; también son necesarias. A
medida que crecemos y mejoramos profesionalmente en nuestros trabajos y carreras, también nos
enfrentamos constantemente a situaciones en las que tenemos que adaptar nuestras acciones y
preferencias. Es, simplemente, una realidad del mundo en el que trabajamos hoy. Y sin la capacidad
y el coraje de dar ese salto adelante, es posible que también dejemos pasar oportunidades
importantes de avanzar. ¿Cómo podemos, como profesionales, dejar de construir nuestras vidas a
partir de evitar esas obligaciones profesionales desagradables, pero también beneficiosas?
Primero, sea sincero consigo mismo. Cuando rechazó esa oportunidad de hablar en una
gran conferencia de su industria, ¿se debió realmente a que no tenía tiempo o le daba miedo subirse
al escenario? Cuando no se enfrentó a ese compañero de trabajo que le boicoteaba día tras día, ¿lo
hizo porque de verdad creía que pararía él solo o le aterrorizaba la idea de un conflicto? Prepare un
inventario de las excusas que suele poner para evitar situaciones que se salen de su zona de confort; pregúntese si realmente son válidas. Si otra persona le pusiera esas mismas excusas, ¿las
vería como algo sin fundamento o como verdaderas razones de peso? La respuesta no siempre está
clara, pero nunca podrá superar la inacción si no es sincero, ante todo, sobre sus propios motivos.
Después, asuma la actitud adecuada como propia. Muy poca gente se siente incómoda en todas y
cada una de las variantes de situaciones de trabajo desafiantes. Es probable que le cueste entablar
una conversación con desconocidos en general, pero seguro que le cuesta menos si el tema es uno
del que sabe mucho. Quizá le cueste mucho buscar y conseguir nuevos contactos, aunque menos
que cuando lo hace en entornos reducidos.
Identifique estas oportunidades y aprovéchelas, no las deje en manos del azar. Durante muchos
años, he trabajado con personas que luchaban por salir de su zona de confort en el trabajo y su vida
personal. Una de las conclusiones a las que he llegado es que a menudo tenemos mucha más libertad
de la que creemos para convertir esas tareas desagradables en algo que nos parece menos odioso.
En muchas ocasiones podemos encontrar la forma de ajustar y reformular nuestras obligaciones de
modo que cumplir con ellas sea lo menos incómodo posible. Por ejemplo, si usted se parece a mí y le
repele hablar con grandes grupos en entornos grandes y ruidosos, encuentre un rincón
tranquilo dentro de esa situación, salga al pasillo, vaya fuera del edificio. Si odia hablar en público
y en los eventos de networking, pero se siente ligeramente más cómodo en grupos pequeños,
busque oportunidades de hablar delante de grupos pequeños y programe citas para tomar café con
las personas específicas con las que quiere contar entre sus contactos.
Por último, métase de lleno en la tarea. Para salir de su zona de confort, tiene que hacerlo y querer
hacerlo por mucho que le resulte incómodo. Establezca los mecanismos adecuados que le obliguen a
dar el salto, a involucrarse con el cambio. Hasta puede que descubra que su temor original no
era para tanto.
Por ejemplo, tengo un largo historial de encontrarme incómodo cuando hablo en público. Durante
mis estudios de posgrado, cursé una asignatura para hablar en público en la que el profesor nos
encargaba dar una charla o discurso –con notas– durante cada clase. Entonces, después de la tercera
o cuarta clase, el mismo profesor nos pidió entregar nuestras notas e improvisar. Me
sentí aterrorizado, igual que todos mis compañeros de clase. Pero, ¿sabe qué? Funcionó. Me salió
bien, y a los demás también. De hecho, hablar sin apuntes acabó por ser mucho más eficaz al
obligarme a emplear un tono y lenguaje más naturales y auténticos. Pero sin este mecanismo
para obligarme a pasar a la acción, puede que nunca hubiera dado ese primer salto.
Empiece con pasos pequeños. En lugar de saltar directamente a una ponencia en un evento del
sector, apúntese a una formación para hablar en público. En lugar de intervenir en la sala de
juntas delante de sus compañeros de mayor rango, empiece por hablar más en reuniones más pequeñas con sus pares para averiguar cómo se siente. Y ya que está, intente fichar a un amigo o
compañero para que le asesore y anime de cara a una situación desafiante.
Es posible que dé algún traspié, pero no pasa nada. De hecho, es la única manera de aprender, sobre
todo si puede apreciar que los tropiezos son una parte inevitable –y esencial– de cualquier proceso
de aprendizaje. Al final, incluso cuando pensamos que carecemos de poder en situaciones que se
salen de nuestra zona de confort, tenemos más poder del que creemos. Así que, inténtelo. Sea
sincero consigo mismo, asuma la actitud como propia y dé el salto. Creo que se alegrará de haberse
dado la oportunidad de crecer, aprender y ampliar su repertorio profesional.
Artículo de Andy Molinsky (profesor de gestión internacional y comportamientos organizacionales de la Escuela de Negocios
Internacionales Brandeis) publicado en la revista HBR.